El relato fantástico
posee 4 grandes características:
_ Lo fantástico se relaciona más
con los espacios urbanos europeos y con la cultura cosmopolita que con la
cultura rural latinoamericana.
_El narrador de los
relatos fantásticos deja algunas marcas en las historias. Estas marcas siembran
la duda en el lector respecto a la verdad de los hechos narrados (lo que a
veces se denomina la no autentificación de lo contado).Esto se produce cuando
se alude al animismo de las situaciones, a la demencia de los personajes a la
subjetivización de lo narrado, especialmente de la primera persona, etc.
_Algunos temas y figuras
frecuentes que se aparecen en los relatos fantásticos son: los mundos
paralelos, el doble, los simulacros, las metamorfosis, los monstruos, el mundo
de los sueños, la realidad dentro de la realidad.
Un ejemplo que se da de acuerdo a
estas caracteristicas ocurre en el libro la metamorfosis de Franz Kafka en el
cual el protagonista Gregorio Samsa se convierte en un insecto en el cual su
vida cambia por completo.
Teoría de Todorov:
Para Todorov, el género
fantástico se encuentra entre lo insólito y lo maravilloso, y sólo se mantiene
el efecto fantástico mientras el lector duda entre una explicación racional y
una explicación irracional.
Teoría de Julio Cortázar:
http://www.youtube.com/watch?v=w4-LVYUVdjY
(Entrevista a Julio Cortázar sobre el realismo y lo fantástico.)
Cortázar se movia con naturalidad en el territorio de lo fantástico sin distinguirlo demasiado de lo real.
Lo fantástico según Cortázar no es diferente a la noción del realismo porque la realidad, según él, es una realidad donde lo fantástico y lo real se entreusan cotidianamente.
Cuento fantástico de Julio Cortázar: ''LAS MANOS QUE CRECEN''
http://elbaulito.blogspot.com/2006/11/las-manos-que-crecen.html
Recomendado:
- "La salud de los enfermos"- de Julio
Cortázar.
- "Muebles El Canario"- Felisberto
Hernández.
- "El Aleph"- Jorge Luis Borges.
- "La trama celeste"- Adolfo Bioy Casares.
Cuento fantástico: El guardagujas- Juan José Arreola
El forastero llegó sin aliento a la estación
desierta. Su gran valija, que nadie quiso cargar, le había fatigado en
extremo. Se enjugó el rostro con un pañuelo, y con la mano en visera miró los
rieles que se perdían en el horizonte. Desalentado y pensativo consultó su
reloj: la hora justa en que el tren debía partir.
Alguien, salido de
quién sabe dónde, le dio una palmada muy suave. Al volverse el forastero se
halló ante un viejecillo de vago aspecto ferrocarrilero. Llevaba en la mano
una linterna roja, pero tan pequeña, que parecía de juguete. Miró sonriendo
al viajero, que le preguntó con ansiedad:
-Usted perdone,
¿ha salido ya el tren?
-¿Lleva usted poco
tiempo en este país?
-Necesito salir
inmediatamente. Debo hallarme en T. mañana mismo.
-Se ve que usted
ignora las cosas por completo. Lo que debe hacer ahora mismo es buscar
alojamiento en la fonda para viajeros -y señaló un extraño edificio
ceniciento que más bien parecía un presidio.
-Pero yo no quiero
alojarme, sino salir en el tren.
-Alquile usted un cuarto
inmediatamente, si es que lo hay. En caso de que pueda conseguirlo,
contrátelo por mes, le resultará más barato y recibirá mejor atención.
-¿Está usted loco?
Yo debo llegar a T. mañana mismo.
-Francamente,
debería abandonarlo a su suerte. Sin embargo, le daré unos informes.
-Por favor...
-Este país es
famoso por sus ferrocarriles, como usted sabe. Hasta ahora no ha sido posible
organizarlos debidamente, pero se han hecho grandes cosas en lo que se
refiere a la publicación de itinerarios y a la expedición de boletos. Las
guías ferroviarias abarcan y enlazan todas las poblaciones de la nación; se
expenden boletos hasta para las aldeas más pequeñas y remotas. Falta
solamente que los convoyes cumplan las indicaciones contenidas en las guías y
que pasen efectivamente por las estaciones. Los habitantes del país así lo
esperan; mientras tanto, aceptan las irregularidades del servicio y su
patriotismo les impide cualquier manifestación de desagrado.
-Pero, ¿hay un
tren que pasa por esta ciudad?
-Afirmarlo equivaldría
a cometer una inexactitud. Como usted puede darse cuenta, los rieles existen,
aunque un tanto averiados. En algunas poblaciones están sencillamente
indicados en el suelo mediante dos rayas. Dadas las condiciones actuales,
ningún tren tiene la obligación de pasar por aquí, pero nada impide que eso
pueda suceder. Yo he visto pasar muchos trenes en mi vida y conocí algunos
viajeros que pudieron abordarlos. Si usted espera convenientemente, tal vez
yo mismo tenga el honor de ayudarle a subir a un hermoso y confortable vagón.
-¿Me llevará ese
tren a T.?
-¿Y por qué se
empeña usted en que ha de ser precisamente a T.? Debería darse por satisfecho
si pudiera abordarlo. Una vez en el tren, su vida tomará efectivamente un
rumbo. ¿Qué importa si ese rumbo no es el de T.?
-Es que yo tengo
un boleto en regla para ir a T. Lógicamente, debo ser conducido a ese lugar,
¿no es así?
-Cualquiera diría
que usted tiene razón. En la fonda para viajeros podrá usted hablar con
personas que han tomado sus precauciones, adquiriendo grandes cantidades de
boletos. Por regla general, las gentes previsoras compran pasajes para todos
los puntos del país. Hay quien ha gastado en boletos una verdadera fortuna...
-Yo creí que para
ir a T. me bastaba un boleto. Mírelo usted...
-El próximo tramo
de los ferrocarriles nacionales va a ser construido con el dinero de una sola
persona que acaba de gastar su inmenso capital en pasajes de ida y vuelta
para un trayecto ferroviario, cuyos planos, que incluyen extensos túneles y
puentes, ni siquiera han sido aprobados por los ingenieros de la empresa.
-Pero el tren que
pasa por T., ¿ya se encuentra en servicio?
-Y no sólo ése. En
realidad, hay muchísimos trenes en la nación, y los viajeros pueden
utilizarlos con relativa frecuencia, pero tomando en cuenta que no se trata
de un servicio formal y definitivo. En otras palabras, al subir a un tren,
nadie espera ser conducido al sitio que desea.
-¿Cómo es eso?
-En su afán de
servir a los ciudadanos, la empresa debe recurrir a ciertas medidas
desesperadas. Hace circular trenes por lugares intransitables. Esos convoyes
expedicionarios emplean a veces varios años en su trayecto, y la vida de los
viajeros sufre algunas transformaciones importantes. Los fallecimientos no
son raros en tales casos, pero la empresa, que todo lo ha previsto, añade a
esos trenes un vagón capilla ardiente y un vagón cementerio. Es motivo de
orgullo para los conductores depositar el cadáver de un viajero lujosamente
embalsamado en los andenes de la estación que prescribe su boleto. En
ocasiones, estos trenes forzados recorren trayectos en que falta uno de los
rieles. Todo un lado de los vagones se estremece lamentablemente con los
golpes que dan las ruedas sobre los durmientes. Los viajeros de primera -es
otra de las previsiones de la empresa- se colocan del lado en que hay riel.
Los de segunda padecen los golpes con resignación. Pero hay otros tramos en
que faltan ambos rieles, allí los viajeros sufren por igual, hasta que el
tren queda totalmente destruido.
-¡Santo Dios!
-Mire usted: la
aldea de F. surgió a causa de uno de esos accidentes. El tren fue a dar en un
terreno impracticable. Lijadas por la arena, las ruedas se gastaron hasta los
ejes. Los viajeros pasaron tanto tiempo, que de las obligadas conversaciones
triviales surgieron amistades estrechas. Algunas de esas amistades se
transformaron pronto en idilios, y el resultado ha sido F., una aldea
progresista llena de niños traviesos que juegan con los vestigios enmohecidos
del tren.
-¡Dios mío, yo no
estoy hecho para tales aventuras!
-Necesita usted ir
templando su ánimo; tal vez llegue usted a convertirse en héroe. No crea que
faltan ocasiones para que los viajeros demuestren su valor y sus capacidades
de sacrificio. Recientemente, doscientos pasajeros anónimos escribieron una
de las páginas más gloriosas en nuestros anales ferroviarios. Sucede que en
un viaje de prueba, el maquinista advirtió a tiempo una grave omisión de los
constructores de la línea. En la ruta faltaba el puente que debía salvar un
abismo. Pues bien, el maquinista, en vez de poner marcha atrás, arengó a los
pasajeros y obtuvo de ellos el esfuerzo necesario para seguir adelante. Bajo
su enérgica dirección, el tren fue desarmado pieza por pieza y conducido en
hombros al otro lado del abismo, que todavía reservaba la sorpresa de
contener en su fondo un río caudaloso. El resultado de la hazaña fue tan
satisfactorio que la empresa renunció definitivamente a la construcción del
puente, conformándose con hacer un atractivo descuento en las tarifas de los
pasajeros que se atreven a afrontar esa molestia suplementaria.
-¡Pero yo debo
llegar a T. mañana mismo!
-¡Muy bien! Me
gusta que no abandone usted su proyecto. Se ve que es usted un hombre de
convicciones. Alójese por lo pronto en la fonda y tome el primer tren que
pase. Trate de hacerlo cuando menos; mil personas estarán para impedírselo.
Al llegar un convoy, los viajeros, irritados por una espera demasiado larga,
salen de la fonda en tumulto para invadir ruidosamente la estación. Muchas
veces provocan accidentes con su increíble falta de cortesía y de prudencia.
En vez de subir ordenadamente se dedican a aplastarse unos a otros; por lo
menos, se impiden para siempre el abordaje, y el tren se va dejándolos
amotinados en los andenes de la estación. Los viajeros, agotados y furiosos,
maldicen su falta de educación, y pasan mucho tiempo insultándose y dándose
de golpes.
-¿Y la policía no
interviene?
-Se ha intentado
organizar un cuerpo de policía en cada estación, pero la imprevisible llegada
de los trenes hacía tal servicio inútil y sumamente costoso. Además, los
miembros de ese cuerpo demostraron muy pronto su venalidad, dedicándose a
proteger la salida exclusiva de pasajeros adinerados que les daban a cambio
de esa ayuda todo lo que llevaban encima. Se resolvió entonces el
establecimiento de un tipo especial de escuelas, donde los futuros viajeros
reciben lecciones de urbanidad y un entrenamiento adecuado. Allí se les
enseña la manera correcta de abordar un convoy, aunque esté en movimiento y a
gran velocidad. También se les proporciona una especie de armadura para
evitar que los demás pasajeros les rompan las costillas.
-Pero una vez en
el tren, ¡está uno a cubierto de nuevas contingencias?
-Relativamente.
Sólo le recomiendo que se fije muy bien en las estaciones. Podría darse el
caso de que creyera haber llegado a T., y sólo fuese una ilusión. Para
regular la vida a bordo de los vagones demasiado repletos, la empresa se ve
obligada a echar mano de ciertos expedientes. Hay estaciones que son pura
apariencia: han sido construidas en plena selva y llevan el nombre de alguna
ciudad importante. Pero basta poner un poco de atención para descubrir el
engaño. Son como las decoraciones del teatro, y las personas que figuran en
ellas están llenas de aserrín. Esos muñecos revelan fácilmente los estragos
de la intemperie, pero son a veces una perfecta imagen de la realidad: llevan
en el rostro las señales de un cansancio infinito.
-Por fortuna, T.
no se halla muy lejos de aquí.
-Pero carecemos
por el momento de trenes directos. Sin embargo, no debe excluirse la
posibilidad de que usted llegue mañana mismo, tal como desea. La organización
de los ferrocarriles, aunque deficiente, no excluye la posibilidad de un
viaje sin escalas. Vea usted, hay personas que ni siquiera se han dado cuenta
de lo que pasa. Compran un boleto para ir a T. Viene un tren, suben, y al día
siguiente oyen que el conductor anuncia: "Hemos llegado a T.". Sin
tomar precaución alguna, los viajeros descienden y se hallan efectivamente en
T.
-¿Podría yo hacer
alguna cosa para facilitar ese resultado?
-Claro que puede
usted. Lo que no se sabe es si le servirá de algo. Inténtelo de todas
maneras. Suba usted al tren con la idea fija de que va a llegar a T. No trate
a ninguno de los pasajeros. Podrán desilusionarlo con sus historias de viaje,
y hasta denunciarlo a las autoridades.
-¿Qué está usted
diciendo?
En virtud del
estado actual de las cosas los trenes viajan llenos de espías. Estos espías,
voluntarios en su mayor parte, dedican su vida a fomentar el espíritu
constructivo de la empresa. A veces uno no sabe lo que dice y habla sólo por
hablar. Pero ellos se dan cuenta en seguida de todos los sentidos que puede
tener una frase, por sencilla que sea. Del comentario más inocente saben
sacar una opinión culpable. Si usted llegara a cometer la menor imprudencia,
sería aprehendido sin más, pasaría el resto de su vida en un vagón cárcel o
le obligarían a descender en una falsa estación perdida en la selva. Viaje
usted lleno de fe, consuma la menor cantidad posible de alimentos y no ponga
los pies en el andén antes de que vea en T. alguna cara conocida.
-Pero yo no
conozco en T. a ninguna persona.
-En ese caso
redoble usted sus precauciones. Tendrá, se lo aseguro, muchas tentaciones en
el camino. Si mira usted por las ventanillas, está expuesto a caer en la
trampa de un espejismo. Las ventanillas están provistas de ingeniosos
dispositivos que crean toda clase de ilusiones en el ánimo de los pasajeros.
No hace falta ser débil para caer en ellas. Ciertos aparatos, operados desde
la locomotora, hacen creer, por el ruido y los movimientos, que el tren está
en marcha. Sin embargo, el tren permanece detenido semanas enteras, mientras
los viajeros ven pasar cautivadores paisajes a través de los cristales.
-¿Y eso qué objeto
tiene?
-Todo esto lo hace
la empresa con el sano propósito de disminuir la ansiedad de los viajeros y
de anular en todo lo posible las sensaciones de traslado. Se aspira a que un
día se entreguen plenamente al azar, en manos de una empresa omnipotente, y
que ya no les importe saber adónde van ni de dónde vienen.
-Y usted, ¿ha
viajado mucho en los trenes?
-Yo, señor, sólo
soy guardagujas. A decir verdad, soy un guardagujas jubilado, y sólo
aparezco aquí de vez en cuando para recordar los buenos tiempos. No he
viajado nunca, ni tengo ganas de hacerlo. Pero los viajeros me cuentan historias.
Sé que los trenes han creado muchas poblaciones además de la aldea de F.,
cuyo origen le he referido. Ocurre a veces que los tripulantes de un tren
reciben órdenes misteriosas. Invitan a los pasajeros a que desciendan de los
vagones, generalmente con el pretexto de que admiren las bellezas de un
determinado lugar. Se les habla de grutas, de cataratas o de ruinas célebres:
"Quince minutos para que admiren ustedes la gruta tal o cual", dice
amablemente el conductor. Una vez que los viajeros se hallan a cierta
distancia, el tren escapa a todo vapor.
-¿Y los viajeros?
Vagan
desconcertados de un sitio a otro durante algún tiempo, pero acaban por
congregarse y se establecen en colonia. Estas paradas intempestivas se hacen
en lugares adecuados, muy lejos de toda civilización y con riquezas naturales
suficientes. Allí se abandonan lores selectos, de gente joven, y sobre todo
con mujeres abundantes. ¿No le gustaría a usted pasar sus últimos días en un
pintoresco lugar desconocido, en compañía de una muchachita?
El viejecillo
sonriente hizo un guiño y se quedó mirando al viajero, lleno de bondad y de
picardía. En ese momento se oyó un silbido lejano. El guardagujas dio un
brinco, y se puso a hacer señales ridículas y desordenadas con su linterna.
-¿Es el tren? -preguntó
el forastero.
El anciano echó a
correr por la vía, desaforadamente. Cuando estuvo a cierta distancia, se
volvió para gritar:
-¡Tiene usted
suerte! Mañana llegará a su famosa estación. ¿Cómo dice que se llama?
-¡X! -contestó el
viajero.
En ese momento el
viejecillo se disolvió en la clara mañana. Pero el punto rojo de la linterna
siguió corriendo y saltando entre los rieles, imprudente, al encuentro del
tren.
Al fondo del
paisaje, la locomotora se acercaba como un ruidoso advenimiento.
FIN
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Este blog me gusta mucho porque nos habla de la literatura y sus diferentes tipos como la fantástica. También nos culturiza y nos motiva a leer libros.
ResponderEliminarMe parece muy interesante este blog ya que contiene cosas inéditas y divertidas sobre la literatura y la fantasía, ¡nos hace tener ganas de seguir leyendo mas!
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
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